
Sherlock Holmes contra Jack el Destripador primero, contra el Gobierno británico después. Y el hecho de que lo realmente importante sea lo segundo es lo que me pone esta película en un altar. Christopher Plummer, actorazo que ha dedicado su vida, como él mismo ha declarado, a convertir papeles mediocres en dignos de recuerdo «porque ahí reside el desafío», abordó el papel con la intención de humanizar al detective y la lió parda. Una escena con Geneviève Bujold (aquí), y el caso deja de ser un simple ejercicio mental para convertirse en una cruzada en memoria de cuatro mujeres asesinadas brutalmente porque decidieron hacer lo correcto a sabiendas de que no tenían ninguna oportunidad de sobrevivir. Sherlock Holmes va a hacer justicia. Pocas veces que yo recuerde las víctimas han tenido un arma tan potente entre las manos.

Y, como el propio Plummer, si solo fuera por esta columna vertebral, la película sería merecedora de perdurar, pero el caso es que también me gana en cada faceta que articula una historia de Sherlock Holmes, desde la química con James Mason — en una clase, a sus 70 años, sobre cómo actuar de contrapunto en todas y cada una de las dimensiones de su relación con su amigo, hermano, camarada y aspiración — hasta la representación del Londres de final de siglo: teatral en lo visual, inquieta en su conflicto de clases. El terror es eficaz por exagerado hasta el punto de lidiar con el vampirismo, y elementos incialmente extemporáneos como el trasfondo político o el mismo género fantástico se convierten en munición para el último acto o bien funcionan porque tienen forma y voz de Donald Sutherland. Todo en manos de un director plenamente consciente de que está clavando el material hasta el punto de que un cuarto de siglo después, y ya con Porky’s a sus espaldas, proclamaría que solo permitiría un remake por encima de su cadáver. Pero son los últimos diez minutos finales, la aniquiladora exposición final de Holmes ante la plana mayor del Gobierno, los que deben cerrar la película: en el momento en que el corazón del hombre más inteligente de la Tierra se pone a la altura de su cerebro, la solución elemental es tirarlo todo abajo.