Strange Keyworld es un matarratos en forma de juego de plataformas creado por GMShara (descarga aquí, 22 MB, precio a voluntad, o directamente aquí, en navegador). La idea consiste en hacer avanzar al moñeco con la circunstancia particular de que solo puedes utilizar las teclas que aparecen en la pantalla en ese momento. Y las teclas pueden cambiar de una pantalla a otra. Y las teclas forman parte del terreno del escenario, actuando como plataformas que desaparecen en el momento en que las pulsas. Así que es cuestión de ritmo, anticipación, y no volverse como una regadera.
Terminado Masks of the Illuminati, de Robert Anton Wilson. Se ha sufrido. Un poquito. Más que nada por la decepción de que, realmente, no es la historia de detectives que avanza su cubierta, sino más bien un repaso a la historia del esoterismo de la mano de su verdadero protagonista principal, un joven británico llamado John Babcock, modelo de romanticismo-angustias decimonónico, y su transición natural hacia el escapismo definitivo: el simbolismo. Puede llegar a cansar pero el caso es que Wilson escribe como un auténtico demonio y sin ningún tipo de restricción estilística: tan pronto la novela se convierte en un guión cinematográfico como en un diario, como en un cuestionario. A veces pasaba la página solo por descubrir con qué forma iba a encontrarme a continuación. Y, aunque no sean personajes predominantes, las diferentes perspectivas que aportan Joyce y Einstein sobre estos fenómenos, así como la extraña pareja que forman — y sus radicalmente opuestas aproximaciones a lo que entienden por Verdad — ayudan a anclar todo el material, que en el fondo comparte la misma idea con todos los textos de Wilson: la revolución espiritual debe ocurrir primero.
Archive.org tiene almacenada, en su integridad, la serie clásica estadounidense One Step Beyond, 96 episodios de fenómenos raros — clarividencia, parapsicología, posesiones, apocalipsis varios –. Es considerada, al menos cronológicamente (su emisión comenzó en 1951), la abuelita de The Twilight Zone. Por sus episodios rondan Warren Beatty, Joan Fontaine, Christopher Lee o William Shatner.
Además de en Archive, tenéis todos en este canal de YouTube.
Enamorado de este libro de arte sobre el videojuego Sekiro, de From Software, creado por Emma Rios. Nos lo deja gratis para su descarga aquí (32 MB, .pdf)
BONUS: Clásico instántaneo en la historia de las boss fights por envergadura, atmósfera, lirismo y por su descomunal banda sonora (de Yuka Kitamura. Explota a partir del 06:25).
All the President’s Minutes es un podcast de los creadores de One Heat Minute, del que hablé por Twitter alguna vez. Como ya sucediera con la película de Michael Mann, la idea consiste en desgranar minuto a minuto el metraje del clásico thriller político de Alan J. Pakula para expandir la conversación desde ahí hacia otros derroteros relacionados con la política, el cine de los setenta y la transformación política y social de EEUU. Con invitadas de excepción a cada programa, como Melissa Matheson (la guionista de E.T.) o la crítico de cine Manhola Dargis, del New York Times.
El blog Drawing Blood, especializado en la intersección de comics y medicina, nos deja un recopilatorio de tiras cómicas norteamericanas durante la llamada “gripe española” que comenzó en 1918.
Por terminar con un disco, como casi siempre: Heaven to a Tortured Mind, de Yves Tumor. Prince estaría orgulloso.
Este artículo fue publicado originalmente el 15 de diciembre de 2015
De entre todas las historias que The Wire me contó a lo largo de sus cinco temporadas, Hamsterdam es mi favorita. Se trata de una trama que abarca prácticamente la totalidad de la tercera temporada, y la primera y última vez que The Wire, una serie aplaudida por su minuciosa descripción de las dinámicas sociales de la ciudad estadounidense de Baltimore a partir de la interminable batalla entre policías y criminales, se atrevió a plantear un escenario especulativo: la creación de un entorno — una pequeña zona de tres, cuatro manzanas en el oeste de la ciudad –, aprobado por los niveles más locales de la Policía, pero con el desconocimiento de las más altas esferas, donde los narcotraficantes podrían distribuir su producto sin intervención de las fuerzas de la ley. Un nuevo modelo de negocio que, inesperadamente, comienza a arrojar unos sorprendentes niveles de reducción de violencia, y resultados beneficiosos para el resto de la comunidad.
Por reiterarlo: Hamsterdam nunca existió. Se trata de un deseo nunca cumplido de los creadores de The Wire, David Simon y Ed Burns, que llevaban una década jugueteando con la idea, que terminó fructificando en una trama donde, por primera y última vez, The Wire parece escaparse de sus manos y deja de explicarnos el presente para anticiparnos un futuro. Si la realidad marca las reglas de The Wire, Hamsterdam fue la única vez que se atrevieron a estirar el límite, y lo hicieron respetando los fundamentos espirituales de la serie. Hamsterdam es la historia de una idea desde las bases de la sociedad que desemboca en tragedia silenciosa en contacto con las altas autoridades. A priori como otras tantas que maneja la serie, pero que aquí, por su ambición, coraje y optimismo iniciales, resulta doblemente dolorosa.
EL ACUERDO DE LA BOLSA DE PAPEL
La idea de Hamsterdam — al más puro estilo costumbrista, el nombre
parte de una mala interpretación que los vecinos hacen de la ciudad
holandesa de Ámsterdam — comenzó en 1997, unos siete años antes de su
aparición televisiva. Lo hizo en el libro The Corner (junto a Homicidio,
ambos de Burns y Simon, los dos pilares literarios que sustentan The
Wire) con una sencilla comparación: “No hay una ‘bolsa de papel’ para
las drogas”.
El planteamiento es el siguiente: la bolsa de papel habitualmente empleada en Estados Unidos para ocultar las bebidas alcohólicas a vista de todos (un momento de “genio silencioso”, como lo describen) es una especie de compromiso social que permite al bebedor conservar su bebida y al agente de Policía conservar un cierto respeto. Al Gobierno, le permitía, “reorientar sus recursos a aspectos más esenciales” que la persecución de bebedores.
Simon y Burns son los primeros en reconocer que este “pacto tácito” es literalmente inaplicable en la lucha contra el crack. Lo que intentan, en su lugar, es buscar un equivalente. “Sin ‘bolsa de papel’ para las drogas”, explican, “la violencia se convierte en la única línea de acción para la Policía y para los objetivos de su trabajo. No va a reducir la adicción, no va a arrebatar beneficios y no va a mitigar el desastre que supone perder una sola vida a manos de los narcóticos, pero podría servir para rescatar tanto a los policías como a sus presas de sus peores excesos”.
Podéis leer la reflexión entera aquí — a partir del final de la página —
“Hamsterdam”, explica Simon en el audiocomentario del tercer episodio de la tercera temporada de The Wire, “es una especie de sistema de prioritización social y política, donde alcanzas una especie de acuerdo con un problema social en lugar de controlarlo”. Hay que decir que la palabra en inglés que emplea Simon es “triage”, un término médico aparecido en las guerras napoleónicas que sirve para diferenciar la gravedad de los tres tipos de heridos en el campo de batalla: quienes probablemente vivirán sin necesidad de cuidados inmediatos, quienes probablemente morirán sin ellos, y por último y más importante para el tema que nos ocupa: aquellos para los que un cuidado inmediato podría representar una diferencia positiva de cara a si viven o mueren.
AUSENCIA DE NEGATIVO
Siete años después, David Simon representaría esta reflexión en la
figura del principal protagonista de Hamsterdam: el gentil veterano
mayor de Policía Howard “Bunny” Colvin (interpretado por el actor Robert
Wisdom), quien decide impulsar la iniciativa. Colvin es un constructo
ideal, en este sentido.
Primero por rango, al conocer de primera mano las necesidades de la
población y, simultáneamente, engañar a sus superiores sobre sus
verdaderas intenciones al tratarse de un enlace directo con el
Ayuntamiento. Una combinación ideal de poder y capacidad de maniobra que
se ve impulsado a actuar después de que uno de sus agentes sobreviva
milagrosamente a un tiroteo con narcotraficantes. “No he perdido a
nadie”, confiesa en una escena al recientemente fallecido Melvin
Williams, una de las figuras reales en las que se inspira la serie. “Eso
es lo mejor, supongo. La ausencia de un negativo”.
Colvin, a pocos años de jubilarse pero con el vigor y la nobleza suficiente como para no dejarse arrastrar en sus últimos años, se convierte en el primer y último “alcalde” de Hamsterdam. Y los objetos que emplea para explicar sus intenciones a sus subordinados son una botella y una bolsa de papel. A pesar de las reticencias de sus hombres — que temen convertirse en el hazmerreír del barrio — Hamsterdam tiene luz verde.
“Es una especie de ‘último hurra’”, explica el novelista Richard Price, responsable del guión del segundo episodio. “Pero también en un momento en el que The Wire comienza a planear una utopía, que inevitablemente acaba convirtiéndose en una distopía, en un futuro trágico”.
EL LUGAR
“Tenía que ser un lugar con una densidad de población muy baja”, explica Price. Los responsables de la serie, además, hacen especial hincapié en un segundo factor: sea cual sea el lugar elegido no puede haber ninguna escuela en los alrededores. Sumando ambos factores, la primera fase de Hamsterdam se levanta en el distrito Oeste, al sur de West North Avenue, entre las calles de North Smallwood y North Payson.
No obstante, los responsables de The Wire representaron Hamsterdam en el distrito Este de la ciudad, por motivos logísticos, más concretamente en East Lafayette. Podéis navegar aquí por la zona, aunque hoy en día carece de sentido: la mayor parte de los edificios fueron derribados, aunque algunos, como la iglesia, permanecen en pie y aparecieron en la serie.
El lugar elegido por Colvin se corresponde con las premisas iniciales. Hamsterdam es declarado en la zona de color más claro que véis en la imagen inferior, con una densidad de población bastante inferior a la media y a unas diez manzanas de la escuela más próxima (Steuart Hill).
AUGE Y CAÍDA DE HAMSTERDAM
“¿Por qué cojones teníais que ir y tocar los huevos al programa?” – Fruit
Fruit (Brandon Fobbs) no termina de entender el motivo por el que
tanto él como el resto de sus compañeros narcotraficantes son obligados a
desplazarse a estas manzanas. Es una preocupación que comparte David
Simon, quien asume desde el principio que Hamsterdam no es, en modo
alguno, una solución al problema. Pero el impacto de esta acción social
comienza a ser inesperadamente positivo, y no son pocos quienes en la
vida real comienzan a preguntarse si esta táctica podría tener una
traducción. “Hamsterdam”, apunta
el abogado Lance McMillan en la Washington and Lee Law Review, “puede
enseñarnos que la regulación, y no la prohibición, podría representar
los mercados negros, destinados a llenar el vacío creado por
prohibiciones; mercados que transforman problemas de regulación en
problemas de violencia”.
McMillan no es el único que se lo plantea. Shirin Deylami y Jonathan Havercroft, en su libro Politics and The Wire, describen lo que sucede a continuación durante los primeros y gloriosos días. La legalización de facto del mercado de narcóticos y la ausencia de presión policial convierte Hamsterdam en un oasis para los compradores. El fin de las incautaciones de droga revierte en el suministro constante de narcóticos. El suministro constante impide variaciones al alza de los precios de las dosis y sumando todos estos factores, el número de delitos violentos en su distrito Oeste desciende, exactamente y tal como Colvin explica a sus superiores, un 14% (para hacerse una idea, el número de delitos violentos en Baltimore descendió en 2014 un 5%).
A todo ello hay que añadir que el distrito comienza a experimentar un
“renacimiento social”. En lo que posiblemente se trata de los pasajes
más bucólicos de la serie, trabajadores sociales entran libremente en
Hamsterdam para distribuir jeringuillas limpias, condones y realizar
pruebas de VIH y otras enfermedades de transmisión asociadas a la
drogodependencia, mientras los vecinos de la zona vuelven a salir de sus
casas para disfrutar del aire libre.
Pero el experimento social de Simon y Burns acaba derrumbándose por
una combinación de factores que encontramos dentro de la propia serie.
“Al más puro estilo The Wire”, explican
Arin Keeble e Ivan Stacy em la colección de ensayos The Wire and
America’s Dark Corners: Critical Essays, “Hamsterdam no ofrece una
respuesta moral”. Dicho de otro modo, no pretende imponer un modelo de
comportamiento. Y como suele suceder en la narrativa de la serie, la
destrucción del sueño de Colvin sucede a través de pequeños incidentes
de carácter acumulativo que culminan en un verdadero sindiós: un
asesinato prácticamente accidental dentro de la “zona libre” obliga a
los agentes a mover el cadáver fuera de las fronteras de Hamsterdam.
Esta alteración del balance de fallecidos en el distrito es la gota que
colma el vaso de uno de los policías más mercuriales, quien desvela la
existencia de la zona al Baltimore Sun, lo que a su vez revierte en la
condena inmediata de los políticos, incapaces de aceptar el compromiso
que supone una tregua contra las drogas. Colvin es reprendido duramente
por sus superiores y su carrera queda por finalizada en público.
“Bunny, pedazo de chupapollas”, le espeta en privado su superior, William Rawls (John Doman), con su florido lenguaje habitual. “Tengo que reconocerlo. Una idea brillante. De locos e ilegal, pero brillante de cojones, de todas formas. Es una jodida lástima que vaya a acabar con nuestras carreras, pero aun así”.
HASTA HOY
Sin embargo, la premisa de Hamsterdam no ha quedado en el olvido. Sin
ir más lejos, en abril de este año, Sati Knafo, de City Lab, llamó nuestra atención
sobre una iniciativa de la Policía de Seattle llamada Distracción
Asistida por las Fuerzas de la Ley (LEAD, por sus siglas en inglés). El
experimento tuvo lugar en el barrio de Belltown, uno de los mayores
mercados de droga de la ciudad. Sin llegar al nivel extremo de
permisividad exhibido en The Wire, la Policía contempló una
solución alternativa a las detenciones de narcotraficantes, por la que
se daba a los camellos la opción de cumpir un programa de servicios
sociales por el que se le ofrece la posibilidad de conmutar
inmediatamente su arresto y una serie de ayudas siempre y cuando se
comprometa a recibir a un asistente social dos veces el primer mes. Los
participantes en el programa — todavía bajo investigación — han
demostrado hasta el momento un 58 por ciento de probabilidades menos de
ser arrestados en delitos posteriores.
Es un programa, reconocen sus responsables, extremadamente caro y
extremadamente personalizado, pero lo realmente interesante es que fue
aprobado gracias a un compromiso social no muy diferente al de la bolsa
que cubría la botella de alcohol: el alcanzado por la Fiscalía, por la
Policía y por la Asociación de Defensores Públicos de Seattle, en
particular gracias a las reuniones mantenidas por la presidenta de una
unidad especial de esta última asociación, Lisa Daugaard, y el ex
capitán del departamento de Narcóticos Steve Brown, uno de los mayores
críticos iniciales del programa, y finalmente uno de sus mayores
partidarios. Al término del proyecto — que también ha comenzado a
aplicarse en Santa Fe, Nuevo México — Brown entregó a Daugaard la serie
completa de The Wire, como reconocimiento.
La tercera temporada de The Wire termina con una escena en los escombros de Hamsterdam que reúne por vez primera a Colvin con Bubbles, uno de los personajes más reconocibles de la serie, el drogodependiente que pulula entre las trincheras de la guerra contra las drogas, y ocasional voz de la sabiduría popular del barrio. Colvin y Bubbles entablan una conversación sin respuestas. “Antes venías aquí, te chutabas, y la Policía te dejaba en paz”, reflexiona Bubbles. Lo dice con nostalgia. Esta es toda la moraleja que The Wire acaba ofreciendo sobre la única ocasión en la que intentó empezar a pensar en cambiar el mundo.