
Rara vez Sidney Lumet me ha enseñado su verdadero rostro. A lo largo de la mayor parte de su filmografía solo he podido atisbarlo, diluido y filtrado a través los esquemas del realismo social que ha dominado su cine. A través de películas como 12 Hombres sin Piedad, Serpico, Tarde de Perros o Veredicto Final percibo a un hombre observador, pragmático, anti-institucional, cualidades todas ellas intrínsecas a su reputación como «el gran artesano liberal de Hollywood».
Su polivalencia tampoco me ayuda a la hora de descubrir su personalidad. Rodó musicales, rodó misterios, rodó comedias. Así que quizás ese interés social correspondía en su lugar a las modas de la era. El hecho de que lo más parecido que tenemos a unas memorias sea un manual de dirección, Making Movies — un texto metódico, humilde, profundamente informativo, desprovisto de cualquier mística. «Te levantas, trabajas, duermes» — parece reforzar la idea de que Lumet era más bien un catalizador de talentos que prefería dejar que la película se expresara por él.
Pero a veces esos cierres saltan por los aires y Lumet me deja ver su auténtica percepción sobre nosotros. Nunca es constante ni hay película que lo defina enteramente. Hay algo en Equus, hay algo en La ofensa, hay algo en El Prestamista, hay algo en Network, hay algo en Fail Safe, cuando Lumet da un paso más y abandona la orilla del género para sumergirse en el drama psicológico.
Y es horrible. Estamos rotos. El Sistema no es un instrumento invisible de opresión: es un diseño humano que hemos concebido específicamente para explotar nuestras debilidades y garantizar nuestra propia destrucción. En un momento dado de Fail Safe, el piloto que va a arrojar una bomba nuclear sobre Moscú ignora las súplicas de su mujer, convencido de que se trata de una argucia soviética y aferrado a la fiabilidad de los múltiples mecanismos de seguridad, sin saber que han fallado uno tras otro, en cadena, porque cada error ha multiplicado exponencialmente el factor miedo.
Así que cuando el Presidente de Estados Unidos ofrece destruir a cambio la ciudad de Nueva York, a sabiendas de su mujer está de visita, a sabiendas de que la mujer y los hijos del piloto que va a lanzar la bomba viven en Manhattan, Lumet da la vuelta a lo que entendemos por raciocinio, y usa la lógica para justificar una atrocidad. El Sistema que nos destruye nos reconforta, susurrando al mandatario y a la plana mayor de su Administración que no podían hacer otra cosa. Pero el piloto que lanza la bomba lo entiende. Lo entiende en el sueño que inaugura la película: en nosotros sigue intacta una porción reptiliana de violencia, pánico y sadismo, y solo escuchamos ruido y estática.