
En diciembre de 2004, Werner Herzog propuso al guitarrista Richard Thompson, a la violonchelista Danielle DeGruttola, al bajista Damon Smith y al ex-Sonic Youth Jim O’Rourke, entre otros músicos, reunirse durante 48 horas en un estudio para improvisar la banda sonora de la que iba a ser una de las obras más aclamadas de su larguísima filmografía: el documental Grizzly Man, la crónica de la vida y muerte, un año antes, del activista Timothy Treadwell y de su pareja, Amie Huguenard, bajo las fauces de un oso gris en el parque natural de Katmai, en Alaska.
Dos días después, Herzog tenía su banda sonora y un segundo documental bajo el brazo sobre la relación que entabló con los músicos durante las sesiones de grabación cuyo título, In The Edges, se basa en un comentario que realiza Thompson en un momento dado sobre el proceso de la improvisación musical. «Es ahí, en las aristas, donde se encuentra la música».
Resulta fascinante de ver por la manera en la que Herzog y su montador, Joe Bini, dan la vuelta a un proceso consagrado por el tiempo: primero el montaje, después la música. En esta ocasión, Herzog explica al grupo que ante ellos se encuentra una obra en proceso de formación: una colección de imágenes y una idea todavía difusa sobre el tema del documental. Lo que espera del conjunto es que terminen de concretarla. Herzog les describe espacios, les describe ritmos, les presenta secuencias de combates entre osos que DeGruttola acompaña con su violonchelo al mismo tiempo que las observa por primera vez. Y lo hace sin dar la sensación en ningún momento de que está condicionando su manera de trabajar.

Herzog ha dicho en repetidas ocasiones que daría diez años de su vida a cambio de aprender a tocar el cello, una pasión por la música apreciable a lo largo de su carrera.. En Fata Morgana, en Fitzcarraldo o Stroszek.



In the Edges pasó a engrosar los extras de la edición doméstica y cabe la — lejana y complicada — posibilidad de verlo en la web estadounidense de Amazon Video. Sin embargo, en YouTube se encuentra, de momento, en su integridad.
Ni un momento de roce ni un episodio de tensión. En su lugar, rebosa buen rollo y detalles como la idea de O’Rourke de poner tornillos y clips entre las cuerdas de su piano para distorsionar el sonido.
El documental resume en poco menos de una hora la forma que Herzog tiene de entender el uso de la música en una película: como un instrumento para acompañar el espacio, tanto físico como mental, donde se desenvuelven sus personajes. «Primero les dejo cinco pasos para que entren en escena, y luego pongo la música», explicó durante un coloquio en el Getty Center, en 2013.
Si queréis saber más sobre el uso que este espléndido, espléndido director hace de la música, aquí lo explica él mismo, en un coloquio de casi de dos horas de duración celebrado en 2017 en la Academia Red Bull Music de Nueva York. Los responsables del vídeo tienen incluso el detalle de colocar en la descripción los enlaces a los clips que ven durante el evento, donde Herzog habla tanto de la música, como del silencio, como de su amor incondicional por Elvis, Fred Astaire y El Rey León.
Nada mal para un hombre al que casi echan de la escuela por negarse a cantar en el coro. La banda sonora de Grizzly Man, aquí.