
En una entrevista con El Confidencial, Benito Zambrano lamentaba el escaso margen de preparación para la película, en particular por la dificultad que comportaba la falta de tiempo para «metabolizar los temas», pero «España Rural, 1946», te da prácticamente medio trabajo hecho: o huyes — como hace el chaval protagonista — o mueres. Es tan coherente y orgánica la historia que nos cuenta la película que el tema metaboliza solo.
Zambrano y su equipo lo clavan en los primeros cinco minutos, que dedican a enseñarnos la máquina. Esclavismo por la mañana, a la cueva de noche. El antagonista de esta historia es un capataz que viola niños. Se intuye que lo hace como vía de escape que funciona igualmente como mecanismo de sumisión. Es un instrumento de terror. Es su lugar. Eso lo vuelve mucho peor. ¿Simple? Sí. ¿Mentira? No en ese contexto. ¿Quieres reventar a un grupo de personas a coste cero hasta el día que se mueran? Necesitas a gente así.
Fuera de la máquina hay tierra, sol, frío y gente cuyo momento ha pasado. Un tullido atado a una vaca. Muertos en vida. Nuestro protagonista es uno de ellos. Cabrero, antiguo soldado del bando nacional, transformado durante su formación en Marruecos. Participó en el golpe y luego volvió a Rabat. Y de alguna forma acabó regresando a España, a llevar cabras, sin pisar una ciudad. En un momento dado reconoce que es el bueno porque todo lo malo que podía hacer ya lo ha hecho. Le compro todo ésto a Tosar, menos el acento que va y viene.
Es una película tan esquemática — «huye, consigue agua, hay malos en los pozos, consigue comida, paga un precio, sigue huyendo» — que cuando se para casi muere porque no hay nada de lo que conversar. Pero es tan esquemática que se propulsa prácticamente sola. No tiene que ser fácil hacer una de éstas. Tendríamos mil. Parca comenzando por su duración, limada, limada hasta la hora y media. No tiene mucho más que contar. Hay una especie de deseo de perdón y mensaje de conciliación pero cala raro. Quizás Zambrano se refiere a ésto cuando habla de metabolismo. Pero dudo que más tiempo le hubiera ayudado a concretarlo. 1946 es pronto para hablar de absoluciones. Es prontísimo. Vistas las décadas que nos aguardaban después, no es más que medio segundo desde que acabó la guerra.